Summary: | Memoria para optar al título de Periodista === Hace casi ya cinco años conocí la precordillera y altiplano de mi región. Fue bastante paradójico, porque llevaba 20 años viviendo en Arica y nunca había subido ni siquiera a Putre, y por unos amigos de Santiago quienes pasaron unos días de sus vacaciones en mi hogar, fue que decidí conocer estos hermosos paisajes de mi zona. Ese viaje despertó en mí la curiosidad y ansias por conocer el mundo y sus diferentes culturas, pero para ello primero debía conocer la propia, ¿Quizás cuantos ariqueños y ariqueñas como yo, han estado toda su vida en la ciudad y nunca han tenido la posibilidad de admirarse con la inmensa belleza que envuelve a la puna y la amabilidad que pueden llegar a dar sus sacrificados habitantes?
Sin duda, estás dos variables fueron determinantes para que me enamorara de este rincón de Chile; en un mismo día de febrero, por la mañana se podía ver como la nieve cubría cual manto blanco las montañas que rodean los poblados y dan refugio a elegantes vicuñas que corren libres, mientras que por la tarde el sol acentúa el verdor de la comida de las llamas y alpacas que pastan en esos mismos cerros donde ya se ha derretido la nieve. Y como no dejar de mencionar a cada rostro gentil que saluda con un buenos días, buenas tardes o buenas noches a cada individuo que se cruza por su ruta en los pasajes del pueblo, sin necesidad de conocerlo si no que por la cortesía característica con la que se han formado. A pesar de su timidez o poca confianza, una vez que se les conoce bien, trasmiten su cadencia, una forma de vida simple, pero que conlleva la carga de una cultura milenaria que se trasmite solo por la narración.
La alegría de la festividad también agregó ansias por conocer más sobre esta cultura milenaria, pues cada año en la ciudad bajan representantes de todos los pueblos a mostrar sus tradiciones con bailes y grupos de música en lo que actualmente es conocido como el “Carnaval con la Fuerza del Sol Inti Ch’ amampi”, el cual es un espectáculo colorido, que muestra con gozo la simpatía de las tradiciones de la zona. Pero no fue hasta febrero de 2012, cuando subí por segunda vez en la vida, que definitivamente me enamoré de la zona y decidí escribir sobre la cotidianeidad de los habitantes que mantienen vivas las cada vez más despobladas localidades de precordillera y altiplano de la región. De forma inmediata acepté una improvisada invitación para ir de paseo al carnaval de Socoroma por dos días y una noche, el cual me regaló experiencias hermosas que me motivaron a conocer más de acerca cómo pueden vivir todo el año los abuelos allá, quienes son los únicos que se quedan y deben soportar un estilo de vida bastante sacrificado.
En el carnaval vi el respeto por las tradiciones, que siguen al pie de la letra, aunque eso signifique que el alférez o anfitrión del año, tenga que gastar millones en dar una buena recepción a la gente del pueblo y a quienes llegan a visitarlo. También conocí el verdadero juego de la challa, ya que cuando era niña lo jugaba sólo con agua o globos llenos de ella; pero en los pueblos es con agua, serpentina y mucha harina; todos juegan, nadie se salva de quedar empolvado hasta las narices. Allá en Socoroma también conocí lo que era la puna y el verdadero frío, caminar rápido genera un cansancio mayor por la falta de oxígeno y a pesar de las mantas y estar dentro de un auto, el frío cala los huesos. Al segundo día de viaje, antes de que toda la fiesta terminara conocí un anciano que vivía allí, solitario, estaba sentado a un costado del agujero donde por la noche se iba a enterrar a Juan Domingo Carnavalón, un muñeco que representa a los ancestros aymaras; el señor nos comentó que le daba gustó ver a la juventud en su poblado, pero que una vez terminado el carnaval, quedaba todo solitario de nuevo y sólo vivían unos 10 adultos mayores como él.
Antes de volver para Arica, vivimos el final de la fiesta, cuando se entierra al Carnavalón en el cerro y mientras se quema el que se desenterró del año anterior, todos los asistentes se sacuden la harina en el agujero que guardará hasta el próximo carnaval los anhelos, deseos y metas que piden con devoción los asistentes de esta tradición.
Las palabras del hombre en el cerro, me llenaron de preguntas y de ganas de saber más acerca de esta vida lejos de la ciudad, tan aislada, tan sacrificada y con tantas tradiciones, ¿Cómo se fueron trasmitiendo tradiciones centenarias hasta el día de hoy? ¿Existieran momentos en que estos pueblos quedan incomunicados? ¿Al corto tiempo quedaran personas dispuestas a vivir en estos poblados o con los abuelos morirá la vitalidad que queda? ¿Cuántas otras tradiciones guarda esta cultura ancestral? ¿Los jóvenes se sienten representados por sus tradiciones? ¿Qué pasa el resto del año, cuando no hay nada que festejar? ¿Estos hermosos paisajes tendrán algún tipo de amenaza? ¿Existen políticas públicas que fomenten el desarrollo de estas comunidades? ¿Cuál es la relación trasfronteriza de los aymaras?
De esta manera, este libro de crónicas narrará las diferentes realidades que se viven en el altiplano chileno y precordillera, ubicados en la región de Arica y Parinacota. Una zona aislada, donde sus habitantes –en su mayoría aimaras y quechuas- conviven con la Pachamama, el tata Inti y, en algunos casos, la modernidad del siglo XXI.
Para la cultura aymara el tiempo es cíclico y no lineal, ellos creen en el Pachacuti que es volver al origen. Es por eso que el pasado, para ellos, está frente a nuestros ojos, ya que se puede ver lo que ya ocurrió, en cambio el futuro está a nuestras espaldas, porque no podemos saber que pasará.
Pacha es la palabra que utilizan para denominar su tiempo y espacio, ya que tiene doble significado y por ello la Pachamama es la madre del tiempo y espacio, comúnmente entendida como madre tierra, pero en realidad siendo quien “cría la vida”. Se denomina Akapacha al lugar donde convive la pachamama y los espíritus tutelares del sistema de creencias de la cultura y es una dimensión concreta donde no existen jerarquías, por eso el gran respeto de los aymaras con el ecosistema, tienen una valorización diferente hacia la tierra, los animales y cada ser viviente que habita el universo.
Este respeto es traducido en un equilibrio o desarrollo sustentable, el cual es conocido como Suma Qamaña o buen vivir. Este tipo de consideración también es hacia los otros hombres, y cuando se trata de convivir con la familia o los vecinos –que por lo general son parte del mismo tronco familiar- se trabaja mancomunadamente, par a par, y eso es conocido como el ayni.
Actualmente quedan pocos poblados con mayor concentración de habitantes, los que hay son Putre, Socoroma y Visviri, estas son denominadas markas. En su mayoría hay localidades que son sostenidas por troncos familiares, los cuales son denominados ayllu.
Complementando todas mis incertidumbres con la cultura de este pueblo que no conoce las fronteras de la macro zona andina, la memoria se dividirá en tres capítulos que tendrán como enfoque la dimensión de la educación y formación en estos sectores; la vida entorno al trabajo; y los festejos y tradiciones, reflejados en los siguientes títulos respectivamente: La educación más cercana al sol: historias de aprendizaje en precordillera y altiplano; Las manos que aran y pastorean junto a la Pachamama; y Alegría y devoción esparcidas por la puna.
En el primer capítulo vemos la primera crónica que relata la vida de Andrés Mamani, un hombre criado en Murmuntani quien siempre luchó por salir de lo rural para estudiar, pero la falta de dinero lo hicieron volver a la tierra, sin embargo, hizo todo por dar educación a sus hijos para que no pasaran por la sacrificada vida de poder comer a través del cultivo de las chacras y cuidado de los animales.
En la segunda se relata la historia de dos jóvenes que de vivir su infancia en precordillera, pasaron a formarse en la ciudad y lograr los primeros títulos universitarios para sus familias.
La tercera muestra la organización política, social y cultural de jóvenes aymaras que anhelan preservar su cultura.
La cuarta es un perfil de vida de una mujer que motivada por dar a conocer al mundo su cultura pisoteada por diferentes instituciones, se hace profesora de la lengua aymara.
La quinta crónica relata la dificultad de dos profesores de ciudad, de acostumbrarse a vivir en la puna, todas estas diferencias y condiciones generaron un ambiente propicio para entregar una mejor educación, mucho más personalizada.
La sexta y última, relata la adaptación de una joven que recién está trabajando como educadora de párvulos en uno de los tres jardines que tiene la provincia, donde el sistema educativo chileno comienza a internalizarse desde temprano en los pocos niños que quedan en el altiplano.
El segundo capítulo comienza con el relato de personas que trabajan en las cercanías del volcán Guallatire, “el hombre que fuma de día y de noche”, porque tiene una fumarola que emana gases las 24 horas del día.
La segunda narra el encuentro comercial que se da en el hito tripartito, la huella más pura de la necesidad mutua y buena convivencia entre los aymaras de los tres países que dibujan fronteras imaginarias en esta nación: Chile, Perú y Bolivia.
La tercera retrata la esencia de las mujeres que levantan la próspera agricultura en el pueblo de Socoroma, almas llenas de humildad, alegría y trabajo.
Finalmente, la cuarta narra la difícil manera de sobrevivir en la comuna de General Lagos, la más desplazada de la región que cuenta con un único recurso para sustentar la vida, el cual es la ganadería.
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