Summary: | Memoria para optar al Título Profesional de Periodista === Autor no autoriza el acceso a texto completo de su documento === Si bien la noción de sociedad es común a toda la humanidad, toda vez que son escasos –y usualmente tratados como patológicos- los ejemplos de personas que viven completamente solas, el significado que cada una de las comunidades existentes entrega a la palabra “sociedad”, así también como las características de la propia comunidad, varían en función de numerosos factores: el idioma, la región en la que se encuentre, la religiosidad de sus integrantes, el tamaño de la comunidad, entre muchos otros. Sin embargo, aún así mantienen en común el hecho de ordenar, de ciertas formas, las conductas que los propios integrantes tienen al interior de la comunidad, al tiempo que ayudan en la comprensión y fortalecen el entendimiento que un observador externo pueda buscar, al momento de posar su mirada sobre una comunidad específica. Y es que, a la luz de siglos de investigaciones y tratados sobre el tema, el hombre es, podría decirse, un “animal eminentemente social”, que sólo en la interrelación con otros humanos puede llegar a desarrollar ese potencial comunitario de que dispone.
Tal idea de sociedad proviene de la cultura, o conjunto de conocimientos creados al interior de una comunidad y transmitidos en su interior, que rodea a la sociedad en cuestión y, de igual manera, entrega ciertas pautas de conducta y de respuesta ante determinados eventos. Esto se debe a que, al ser una propia comunidad la que desarrolla su cultura identitaria, esta se ve intervenida por el cúmulo de actividades de sus integrantes, al tiempo que la propia cultura influye en la forma en que las personas desarrollan sus actos. Esta interrelación directa, si bien tolera en mayor o menor grado la aparición de ciertas conductas y actitudes que exceden en algún sentido lo que se entiende como “común” o “normal”, genera condiciones ideales para que lo que la cultura admite y fomenta se reitere y mantenga en el tiempo, permitiéndole además adaptarse a las necesidades o al ambiente –un lugar no sólo físico, sino también filosófico- en el que los seres se desenvuelven. Es decir, que a su natural continuidad le añade aquellos elementos que le permitan subsistir al, recurriendo al cliché, paso del tiempo, en un lento proceso de ensayo y error. Esto, por supuesto, alrededor de la sociedad que vive tal cultura, y que la va heredando de generación en generación.
La herencia cultural que entregan los padres a sus hijos es determinante: es en tal ambiente, con tales convenciones sociales y normas morales y actitudinales, donde deberán aprender a convivir de manera “aceptable”, tal como lo hicieron sus mayores, y donde en su momento deberán enseñarlo a sus descendientes. Aún más, esta carga heredada es siempre impuesta a quienes “vienen llegando más tarde” a la sociedad, ya que esa propia necesidad de estar inserto en una forma de vida comunitaria obliga a todos sus miembros a tolerar y cumplir, voluntaria o involuntariamente, con los requisitos que la cultura impone a la comunidad que la vive: la escolaridad, los usos en el vestuario y en el lenguaje, hasta la misma forma de saludar a los pares (dando la mano, uno o dos besos en la mejilla, etcétera) está determinada por esa cultura que trasciende a los miembros, a la vez que, de igual manera, los determina más de lo que piensan y, en muchas ocasiones, de lo que quisieran. Aunque, por supuesto, esa misma cultura heredada se presenta en distintos niveles, con distintas formas y/o convenciones, y también admitiendo ciertos matices aún cuando ellos no influyen en que se siga reconociendo a una cultura como “una sola” cultura, algo idiosincrático.
Parte integrante de esa idiosincrasia son los juegos, aquel apartado en que el componente lúdico de cada grupo tiene su propio espacio y tiempo, y puede ser puesto en práctica y compartido por todos los miembros de cada comunidad. Ya sean expresiones más típicas, como las actividades lúdicas tradicionales de un país o una región, o bien más modernas –con los videojuegos como punta de lanza en nuestros días-, todas ellas permiten un nivel de interacción elevado entre sus jugadores, tanto para determinar al eventual ganador de un lance o, simplemente, porque la dinámica del juego así lo exige. Una participación de distintos individuos –con todos los matices que ello implica-, que ciertamente da pie a que diversas relaciones sociales sean creadas, forjadas y continuadas a lo largo del tiempo. Y es que, en efecto, el juego, entendido como un espacio común donde dos o más personas pueden compartir más que las acciones del juego en sí, puede llegar a permitir el surgimiento de relaciones culturales y sociales entre tales jugadores, y luego, por extensión, los grupos que pueden llegar a verse reflejados en los jugadores antes mencionados.
Por ello, el tema principal de la investigación aquí presentada fue la influencia del juego en el desarrollo de la cultura y las relaciones sociales. Una influencia que nace del juego como tal, y que, además de afectar su desarrollo, se presenta dentro de una cultura específica, así como dentro de las relaciones sociales generadas en una sociedad determinada (o bien, que puede servir de puente hacia el exterior de un grupo humano); y que, por añadidura, puede ser heredada a futuras generaciones a través de la enseñanza del juego y de su continuidad. Todo lo cual facilitaría en gran medida la influencia final que el juego pueda tener en el desarrollo de los elementos arriba mencionados. Así, el juego se constituiría como una fidedigna expresión de sociabilidad y de la cultura, elementos que no sólo se manifestarán a través del juego mismo y quienes lo practican, sino que además puede llegar a permear al resto de la comunidad, eventualmente espectadores o participantes pasivos del juego en sí, permitiendo esa transmisión de sentido resultante de la interacción propiciada por el juego.
Un juego popular y muy arraigado en la cultura de Chile es la rayuela. Si bien no hay antecedentes específicos de su historia, sí se sabe que en su forma primitiva fue traída desde España en la época de la Colonia, y en nuestro país echó raíces, evolucionando hasta las dos formas de jugarla que mayoritariamente se practican en la actualidad: la rayuela de tejo plano, o el lanzamiento de unos discos metálicos gruesos (conocidos como paipas en algunos lugares) hacia una caja de barro que tiene un cordel marcando su mitad exacta, o la zona donde se hacen los puntos; y la rayuela de tejo cilíndrico, donde los objetos a lanzar son tejos o cilindros metálicos de hasta dos kilos de peso, haciendo puntería en la misma caja de barro antes señalada. Este juego, por las características que posee –las que serán detalladas durante la investigación-, presenta condiciones ideales para amparar y fomentar el desarrollo de la cultura y las relaciones sociales entre sus jugadores, en especial desde la época colonial y hasta el siglo XX. Por lo mismo, al tema de investigación especificado en el párrafo anterior, se añadió a la rayuela en Chile como un caso de estudio.
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