Summary: | Uno de los temas del arte novohispano de evangelización que me ha sido de gran importancia durante muchos años es el de los nombres sagrados. He estudiado su empleo en el arte religioso en la “nueva y primitiva Iglesia de Indias”, como la llamará el obispo Zumárraga. Su presencia fue determinante como fuente de recogimiento y meditación, tanto para los nuevos cristianos como para los misioneros, que trajeron desde España esta devoción de “buena muerte” de origen paleocristiano mediterráneo. La devoción derivó, en primera instancia, de la importancia del nombre de Dios dentro del judaismo. La invocación del nombre sagrado ha sido, en gran medida, declaración de principios y el ultimo consuelo de los primeros mártires, la oración primordial unida al trabajo manual de los anacoretas del desierto, la preocupación constante de la mística de la edad media, la renovación de la plegaria, a nivel popular, lograda por Bernardino de Siena en el siglo XV y su presencia dentro de la Iglesia católica, durante ese y el XVI, fue enriquecida tiempo en forma determinante por la cábala cristiana. Dado que su expresión en el arte religioso ha sido mayormente lograda a través de la abstracción de los monogramas, la representación del nombre sagrado fue omnipresente en el arte religioso novohispano del siglo XVI: integrado a la arquitectura, labrado en piedra ó en madera en diferentes espacios; representado en pintura mural ó en esgrafiado en exteriores e interiores, destacaba donde se dirigiera la vista, como un envolvente recordatorio. Franciscanos y agustinos dedicaron sendas provincias bajo su protección e incluso fundaron varias cofradías a su devoción. Sin embargo, de las siete mitras del siglo XVI en plumaria que se conocen, es en cinco ejemplos donde las iniciales de los nombres entrelazados de Jesús y de María han sobrevivido con mayor luminosidad y delicadeza dentro de pequeñas y complejas composiciones que sintetizan el programa de redención. Hace años; Teresa Castelló Iturbide propuso que la composición de esta serie de mitras estaba “copiada” de una miniatura de principios del siglo XVI de la Colección Sauvegeot, en el Museo del Louvre; en esa miniatura aparece una leyenda inscrita a manera de marco, claramente asociada a la devoción de buena muerte. A su vez, poco más tarde, yo asocié el programa de las mitras a un grabado de Juan de Yciar fechado en 1548 y publicado en su tratado “Ortografía práctica”, en 1550; es ahí donde aparece el título “Jesús María” para la devoción. Pero, en realidad, las variantes en tanto el tratamiento de los accesorios pasionarios -figuras humanas y las armas de Cristo- inscritos dentro del monograma, son tan notables, que era necesario seguir investigando la fuente compositiva de estas obras; así he llegado a localizar varios ejemplos de grabados europeos dedicados a la devoción, y uno de ellos se acerca en casi todos sus detalles al esquema de las mitras de El Escorial; el Museo de Textiles de Lyon, El Museo de la Platería de Florencia, la Catedral de Milán y la Sociedad Hispánica de Nueva York. Recientemente he llegado a percatarme de que estas letras “antropomorfas” tienen una larga vigencia en la cultura occidental, ya que aparecen en capitulares de manuscritos miniados desde el siglo XII y culminan en el alfabeto antropomorfo de un manual del siglo XIV de la mano del pintor Giovaninni dei Grassi. Del siglo XV se ha localizado una pintura sobre tabla con el tema del monograma del Santo Nombre de Jesús, de un pintor veneciano que trabajó para el convento franciscano de Creta, ciertamente contemporáneo a una considerable serie de inquietantes “alfabetos antropomorfos y grotescos” alemanes, algunos firmados, que revelan el arraigo de un tema que habría de culminar en su expresión novohispana de “pintura en pluma”, como la categorizara Felipe de Guevara en “Comentarios de la pintura”, escrito en la época de Felipe II.
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