Summary: | Tomado de Kunz Westerhoff, Dominique & Atallah, Marc (2011). El hombre-máquina y sus avatares. Entre ciencia, filosofía y literatura, siglos XVII-XXI. París: Vrin. Segunda Parte: Perspectivas contemporáneas. Ciencias robóticas y ciencias humanas (pp. 235-240).
Traducción del francés al español por Luis Alfonso Palau Castaño, Medellín, 17 de marzo de 2017. Nota del editor.
Primera metáfora: el hombre es una red de canales
Fue en Grecia donde nació la medicina, y no es sorprendente que la primera metáfora utilizada para comprender el funcionamiento del cuerpo humano sea la de un sistema de irrigación. Los principios de base de la hidráulica, desarrollados desde los primeros momentos de la sedentarización, eran conocidos, por lo demás, por todas las grandes civilizaciones de la Antigüedad. Las disecciones de cadáveres de animales sacrificados muestran una red compleja de canales que conectan los órganos periféricos con los órganos centrales, el corazón y el cerebro especialmente, llenos de aire o de sangre, según los casos. En aquella época, la concepción dominante propone que las venas transportan la sangre hasta el corazón, pero que las arterias están llenas de aire, como las vías respiratorias (en efecto, en los cadáveres de animales observados las arterias están “vacías”, pues su sangre es expulsada inmediatamente después del sacrificio). El vocabulario anatómico conserva aún fósiles de esa confusión inicial: “la tráquea-arteria”. Para explicar esta circulación mixta de los médicos de la Antigüedad –como Empédocles– se recurre a la metáfora de la clepsidra, reloj de agua muy común en la época, cuyo flujo puede detenerse si se le cierra el orificio superior. Habrá que esperar al siglo XVII para que Harvey proponga la metáfora más precisa de la bomba para explicar la circulación sanguínea.
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