Summary: | Es verdad que la vida parece, en ocasiones, sumergirse en momentos muy difíciles, tribulaciones (podrían decir algunos) y problemas bien complicados. A veces se puede estar en esas situaciones completamente en soledad, pero muchas otras se lleva detrás a más personas, que son totalmente inocentes, frágiles y dependientes. Ante ello, ¿cómo respondemos? ¿Con rabia? ¿Con ánimos de venganza? ¿Nos desplomamos? ¿Subimos la frente y perseveramos? ¿Qué hacemos? Los momentos de crisis son necesarios para todos. Son como el fuego para purificar el oro o como el martillo, el cincel y el pincel para terminar la más bella escultura. El proceso para que se llegue al resultado final no es nada corto, mucho menos de inmediato. Se requiere uno y otro fogonazo, uno y otro golpe para que todo cobre sentido. Cada uno puede ser con mayor o menor intensidad… o tiempo. No obstante, sucede que, en la gran mayoría de los casos, se resiste a semejante enfrentamiento. A los primeros exámenes, pruebas, previas, como queramos llamar a esos lapsos de purificación, nos rendimos, nos escapamos… y empezamos a “moldearnos” y “convertirnos” a nuestra propia “sabia” manera.
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